La primera noche soñé que llamaban al timbre del portal y me
desperté del susto. En la segunda, pregunté «quién es» por el
videoportero, pero el reloj sonó antes de que pudiera oír la
respuesta.
No recordaba haber soñado antes algo así. Mi inquietud aumentó
tanto como mi curiosidad cuando no conseguí encontrar información
al respecto en Internet; por lo visto no eran frecuentes los sueños
por capítulos.
A la tercera noche escuché: «El cartero... un paquete para Isabel
Giles».
Me obsesioné tanto con el sueño que perdí el interés por mis
obligaciones, amistades y aficiones; durante el día solo pensaba en
la hora de acostarme para soñar con el próximo episodio, pues
intuía que el subconsciente quería enviarme un mensaje especial e
importante; si no, ¿para qué tanta insistencia con la misma
historia?
En la cuarta noche, la alarma del móvil me desveló cuando el
cartero entraba en el patio para entregarme el paquete: nadie puede
imaginar la rabia que me entró... Incluso pensé en seguir durmiendo
y no ir a trabajar (ya me inventaría luego cualquier excusa), y,
aunque me arrepentí a tiempo para coger el metro de las siete y
media y llegar sin retraso, estuve todo el día con un humor
insoportable.
A la quinta noche no pude dormir hasta las seis de la mañana del día
siguiente, tal era mi excitación nerviosa. Menos mal que era sábado
y descansaba ese fin de semana. Enseguida soñé que llamaban al
timbre de mi piso y veía al cartero por la mirilla; le abrí la
puerta y me entregó el paquete después de firmar el recibí.
Entraba en la cocina para abrirlo cuando el impertinente riiin
del fijo me despertó. «¡Mierda! ¡Otro corte!», pensé al saltar
de la cama. Me acerqué al teléfono, pero como no reconocí el
número de la pantalla, no descolgué el auricular. «Esta vez no me
despierto ni por un terremoto», pensé al sacar el cable telefónico
del cajetín.
Regresé bostezando al dormitorio, dispuesta a no salir de él hasta
que consiguiera abrir el paquete: no tardé en soñar que lo
observaba con atención en la cocina. Era una caja de cartón de unos
cincuenta centímetros de ancho, más o menos, por otros tantos de
largo y de alto, y carecía de remitente. Tampoco sonó nada dentro
al agitarla. Saqué un cuchillo del cajón y rasgué la cinta
adhesiva por el lado donde estaba la etiqueta con mi nombre y
dirección. En cuanto levanté una de las cuatro solapas, el sueño
se oscureció y unos segundos después apareció la imagen previa.
Creo que el paquete está defectuoso, o mejor dicho, rayado, pues
cada vez que intento alzar la segunda solapa, levanto de nuevo la
primera. Y no me voy a despertar hasta que consiga abrirlo por
completo.
Este relato parece una escalera de Escher. Estupendo, Seltima. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarMás suspense no cabe en menos. Estupendo relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Más suspense no cabe en menos. Estupendo relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Más suspense no cabe en menos. Estupendo relato.
ResponderEliminarUn abrazo.