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  • lunes, 2 de febrero de 2015

    La jaula




    Supongo que a pesar de todo tengo suerte. "Aquello… o vagar por ahí", eso dijo  mi vieja, que supo lo que era una cuchara cumplidos los veinte. Solo que aquí hace frío. Hace frío hasta en agosto, carajo. Este cemento es impermeable al sol, eso va a ser. Ni con la ventana de la jaula abierta entra luz. Jaulas abiertas para parias encerrados. En cada ventana un guripa. Cagoentó.




    —¡Juanito! ¿No tendrás algo de lo que tú sabes?¿eh? Te lo pagaría a la semana que viene, que mi hermana me trae repuesto.
    Charli grita desde el cuarto de abajo apurao porque le falta “mierda”.
    —Negativo, Charli, no hay ná.
    Lo que si hay son ganas de irse. Lejos, carajo. El colega de arriba me está fastidiando vivo, cagoentó.
    —¡Oye!, ¡que no tires porquería! Me cae encima, tarao.
    —Es novato, Juanito, aún no sabe quién manda. ¡Eh! Alerta. Inspección. Pasa aviso, Juanito.
    Fiiiii, fiiiii.
    ―Ya están aquí.
    ―¿Una tanqueta?
    ―No, son dos. Esta vez el jefe se ha traído escolta.

    ***
    —¡Reportése, guripa!
    —Número seis ocho cuatro, Juan Carballo, para servir a usted y a la Patria.
    — Descanso. ¿Qué sabes de la “mierda” que corre por aquí? Y no me digas que nada porque ya me han contado quién la reparte.
    —Es lo único que hago.
    —¿Quién te la entrega?
    — A veces el cabo Macías, a veces el soldado Cárter.
    —No esperaba tanta colaboración. Pensé que tendría que darte un empujoncito, pero no eres muy valiente, ¿eh?
    —Prefiero la recompensa por soplón, señor.
    ―Una buena paliza puede llevarte al hospital. Afuera, ¿eh? Siempre lo mismo. Pero también podemos dejar que te mueras aquí, guripa.
    ―No es la muerte lo que da miedo, señor.

    Marusela Talbé.

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