El lamento del Moro - Francisco Pradilla. |
En lo alto de una loma, unos jinetes contemplaban desolados
la ciudad que habían dejado atrás. Uno de ellos, el más joven, lloraba e
intentaba atesorar todos los colores y matices que habían conformado el paisaje
de su vida y la de sus antepasados hasta aquel momento.
—¿Por qué lloras? ¿Te sientes culpable por perder lo que era
nuestro?
—Sí madre. He fracasado y vos conmigo. Ya no queda nada por
decir. Debí haber hablado antes pero obcecado por el poder no vi que me
llevabais a la ruina. ¿No deberíais sentir pesar vos también?
—Eres hijo y nietos de sultanes. Poseías el reino con mayor
esplendor de la tierra conocida y no has
conseguido mantenerte en el trono. Mira
la hermosa vega llena de frutales que rodean el palacio más imponente jamás
construido y la ciudad que se rindió a tus pies y ahora, debemos abandonar
todo. ¿Hijo mío, a dónde iremos? ¿Cuál será nuestro destino? ¿Dónde reposaran
mis pies ya cansados?
—La reina Isabel nos ha concedido un pequeño rincón en
las Alpujarras. Aunque es posible que tarde o temprano nos expulsen y nos
convirtamos en apátridas sin un lugar al que llamar nuestro.
—¡Como odio a la castellana,
no ha traído más que desgracias a nuestro pueblo! ¡Ojala arda en el
infierno de su Dios!
—Sí, ahora la odiáis pero cuando me hicisteis pactar con
ella para despojar del trono a mi padre no tuvisteis reparos; fue una buena
aliada, ¿no es cierto? Aunque se os olvidó una cosa: Si os acostáis con una
víbora tarde o temprano os morderá.
—¿Me odias por ello?
—No, no os odio. Pero me metisteis en medio de una reyerta
que solo le incumbía al sultán y a vos. —Apenado miró a su madre—. Todo ha sido causa de vuestra venganza hacia mi padre por
haber traído a palacio a su nueva esposa Zoraida ¿Qué os dolió más que os
expulsara del harén o que fuese cristiana?
—Eres hombre y no lo entiendes ¿Acaso no fui una buena compañera del sultán y su apoyo más fiel en todas las cuestiones? ¿No le di un
heredero? ¿Qué le dio esa ramera? Nunca creí que Isabel Solís se convirtiese a nuestra religión ¡Que la paz y las bendiciones de Allah sean con él de todas formas! Sospecho que actuó como espía de la reina católica para minar el
trono. Desde que ella llegó hemos sido débiles y eso ha servido para que los cristianos nos despojasen de todo. Ella
fue la que trajo la desgracia.
—Madre, sois hermosa. Tu nombre, Aixa, se escucha en todos
los rincones de los reinos mozárabes a este y al otro lado del mar. No
necesitabais competir con la cristina. Mi padre se hubiera avenido a razones en
poco tiempo y con él gobernando aún conservaríamos Granada.
—¿Me echas la culpa de tu debilidad? Los cristianos te llaman
Boabdil el Chico con acierto. —Orgullosa levantó la cabeza—. Tu desgracia es
que no has sabido pelear como un hombre y ahora te escondes tras mi gilàba, culpándome de tus errores.
—¡No sigáis por ahí! ¿No veis mis ojos llenos de lágrimas?
Lloro, sí. Recuerdo el sonido del agua de las fuentes de los leones donde jugaba en mi niñez y sé que no volveré a escucharla nunca más.
Me entristece no haber podido conservar todo ello. Cargasteis demasiado sobre
mis jóvenes hombros porque vos no
supisteis conservar el amor de vuestro esposo.
—No hables así a tu madre, puse el mundo bajo tus pies —le reprochó volviendo la cara.
—Madre, yo nací aquí, era mío y seguiría siéndolo después de
recibirlo de manos de mi padre. Sin vuestra precipitación y sed de venganza
puede que no lo hubiéramos perdido. —Espoleó al caballo y le dio la espalda a
la ciudad—. Despedíos de Granada porque nunca volveréis a pisar esta tierra. Vuestro justo castigo y
mi expiación.
Mariló, has conseguido reflejar perfectamente el momento del abandono de Granada y nos trasladas una escena llena de amargura y tensión entre madre e hijo, ¡muy bien hecho!
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