Cubrió el cadáver ensangrentado con la colcha y abandonó el chalé
sin cerrar las puertas. Bajo el crepúsculo, caminó a paso indeciso
por el sendero que conducía hacia el bosque, apenas iluminado por la
luna. En cuanto llegó al pinar, se desprendió con rabia de las
sandalias y, a continuación, del camisón de raso verde claro, ahora
rojo sangre. Pero la ansiada desnudez no fue suficiente y su corazón
siguió presionado por el peso lacerante de la memoria. Como una niña
perdida, deambuló desesperada entre los árboles en busca del pino
silvestre más antiguo del lugar, su árbol favorito, bajo cuyas
ramas había hecho el amor tantas veces con Jorge, antes del
distanciamiento. Cuando por fin lo encontró, afiló las uñas en la
dura corteza y, sin pausas ni lágrimas, se despojó de la vieja
cáscara, arrancando centímetro a centímetro la piel herida por el
odio del amor. Liberada por fin de ella misma, trepó por el viejo
pino, se tumbó sobre la rama más gruesa y, después de rugir de
felicidad, cerró sus ojos amarillos.
Una hora más tarde descendió, hambrienta y oscura, con fuerzas
renovadas para regresar al chalé y eliminar los apetitosos restos de
su amante, convencida de que nunca volvería a ser epidermis del
amor.
Muy bueno, Seltima. La que no hacía micros y mira qué joyas se marca de pronto.
ResponderEliminarBesos.
Gracias. Este es reciente, cocinado en insomnio... dicen que la inspiración no existe, pero estar, está, jajaja. Y se nota la diferencia entre cuando "sale solo", y fuerzas la máquina.
ResponderEliminar¡Qué gran final, Selti!
ResponderEliminarTenemos sangre fresca en el paranoma del micro...