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  • miércoles, 25 de marzo de 2015

    El fantasma del túnel



           El niño sentía pánico ante la llegada al túnel, pero su padre seguía insistiendo y trataba de convencerle de que allí nunca había existido fantasma alguno. Aunque conocía la leyenda del ferroviario que murió por causas extrañas cuando quiso salvar la vida de una mujer embarazada, desde que comenzaron la excursión, insistió en que todo era fruto de la imaginación de la gente. Cada vez estaban más cerca de aquel agujero que traspasaba la montaña por un vía férrea desmantelada. Bebió de la cantimplora sin tener sed y continuó sin perder la distancia de seguridad que le ofrecida estar junto a su padre. Dio una carrerilla y le cogió de la mano.
           —Vamos no tengas miedo —Le animó.
           —¿Y si aparece el fantasma? ¿Qué hacemos papi?
           —Siempre hay que ir adelante, ten en cuenta que la oscuridad nos puede crear la dificultad de situación.
           El niño subrepticiamente comprobó que portaba su tirachinas en su bolsillo trasero del pantalón. De nuevo insistió:
           —¿Y si nos quedamos sin luz en la linterna?
           —No te preocupes, en el lado derecho existen unos pasillos que dan al exterior, se hicieron para que saliera el humo del carbón de la locomotora que funcionaban con vapor.
           —¡Carbón! ¿Cómo el que me trajeron los reyes magos?
           —Es otro diferente. Cuando entremos iremos con atención, puede venir algún ciclista a gran velocidad y nos pueda atropellar.
           —¿Te puedo coger aunque sea del pantalón?
           —Tienes diez años, yo a tu edad ya lo había cruzado con mi padre en varias ocasiones; valiéndonos tan solo de una candela. Además, los pequeños pasillos reflejan luz, son cuatro y de uno al otro hay poca distancia.
           —Tengo ganas de mear.
           —No me extraña, te has bebido casi toda tu botella.
           Su padre se colocó la linterna en la frente soportada por una goma que rodeaba su cabeza. El niño comenzó a engullir saliva con dificultad. Solo sentía una corriente de aire que parecía querer invadir su cuerpo. La poca luz del exterior comenzó se esfumarse y llegó la plena oscuridad.
           —¡Ni se te ocurra separarte! —Insistió su padre.
           Samuel observó un claro de luz que provenía del lateral derecho, presumió que sería uno de los conductos que su padre le había indicado y que servían para la evacuación de los humos. Sin embargo, él insistía en que era en donde sus amigos le habían contado que aparecía el fantasma.        Atravesaron la luz del primer pasillo; su padre silabeaba una canción de moda, y eso a él le tranquilizaba. Todo iba bien hasta que volvieron a ver la luz del siguiente boquete. De repente, dejó de escuchar a su padre. Se detuvo para afinar el oído en la misma entrada al pequeño túnel. Al poco apareció la figura de una persona que se perfilaba con el trasluz, quedó absorto sin saber qué hacer. Notó como algo caliente bajaba por su entrepierna, apenas se dio cuenta de que su orina llagaba a empapar la zapatilla.
           —¿Eres el fantasma? —Preguntó Samuel.
           —¿Acaso tienes duda?
           Permanecía quieto, sin dejar de convencerse de que aquello no era más que una alucinación, sus ojos no cesaban buscar a su padre; aquella voz tenebrosa añadió contundencia:
           —¡Soy el fantasma del túnel! ¡Estoy aquí para amonestar a los niños vagos y desobedientes como tú!
           —Yo soy obediente…
           —¡Ni de coña! Suspendiste mate y lengua. ¿Acaso dudas de nosotros? Sabemos todo de los niños como tú.
           Muy cuidadoso asió el tirachinas y lo empuñó, del bolsillo delantero sacó una canica y la colocó en el cuero, poco a poco subió su mano izquierda, mientras con la derecha estiraba la goma todo lo que podía. Apuntó al objetivo cerrando un ojo, soltó la canica que fue a impactar en el centro la linterna.
          —¡¡¡Me caguen!!! —Gritó el fantasma.
          —¿Papá?

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