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  • jueves, 16 de octubre de 2014

    La condolencia

             Después de rociar el ataúd con el hisopo, el párroco se acercó a donde estaban los hijos de la fallecida que, en la puerta de la iglesia, recibían solemnemente el pésame de amigos y familiares. El coche fúnebre estaba con la puerta trasera abierta y antes de que los del servicio de la funeraria introdujeran el arca, el cura dijo a uno de ellos:
           —La esperanza es lo único que no se pierde.
           —Yo, ya la he perdido…
           —¿Acaso no tiene fe?
           —Claro que tengo fe, y Esperanza, que es así como se llamaba mi madre.
           El empleado de la funeraria cerró el portón trasero y se les aproximó para estrecharles la mano y despedirse:
          —Nos vemos en el cementerio.

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